jueves, 5 de diciembre de 2013

Cuando el Pecado se Hace el Muerto .


Cuando el Pecado se Hace el Muerto .



¿Has visto a una zarigüeya escapando de un depredador?  Este animal se defiende como pocos--se hace el muerto.  Al verse amenazado se tira al suelo, cierra los ojos, alarga las patas, saca la lengua y se queda quieto.  Así, parece muerto--e inofensivo.  Pero cuando el peligro pasa, se levanta y escapa.  Uno casi puede oír como se ríe mientras escapa.



Fingirse muerto resulta un medio efectivo de supervivencia para las zarigüeyas, pero no sólo ellas practican esta estrategia.   Nuestros pecados hacen lo mismo, especialmente cuando enfrentan el peligro de extinción; ellos se fingen muertos para escapar.  Tú puedes pensar que has mortificado algún pecado particular, pero muchas veces aunque se aquieta y parece que se retiró, todavía tiene vida y resurgirá en un momento propicio.  



Todos hemos sido engañados por la sutileza del pecado, ¿no es cierto?  ¿Cuántas veces te has convencido que venciste un pecado sólo para después sufrir una violenta recaída?  ¿Cómo sucede esto y cómo se puede evitar?



John MacArthur nos da una lista de lo que no es mortificar el pecado.  Yo quiero expandir esa lista hablando de lo que debemos hacer cuando el pecado se hace el muerto.  ¿Cómo saber si has mortificado exitosamente algún pecado particular?  Para eso compartiré lo que he aprendido de John MacArthur y John Owen sobre lo que no es mortificar el pecado.  





Mortificar el pecado no es encubrirlo 

Tú puedes fingir victoria sobre el pecado encubriéndolo.  Puedes engañar a tus amigos, familia, pastores y aun a ti mismo (Jer. 17.9).  Pero esconderlo no es mortificarlo, y tú cosecharás lo que siembres (Gal. 6.7).  Poner pintura sobre el pecado como se cubre de graffiti una pared no es mortificación sino hipocresía.  Proverbios 28.13 dice “el que oculta su pecado no prosperará, pero el que lo confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” 



En lugar de esconder tus pecados, confiésalos y apártate.  Así es como se mortifica el pecado (Juan 1.9).  Encubrir tu pecado esconde el problema de la mirada de otros pero no resuelve nada. El pecado no muere en esas condiciones, más bien se acrecienta; pero el que lo confiesa y se aparta alcanzará misericordia.



No te engañes.  Acán escondió su pecado y silenció su conciencia hasta que fue demasiado tarde.  Es más, él dejo que el engaño del pecado entrara en su propia casa (Josué 7.21) y su falsedad le costó su vida y la de su familia (vv. 24.25).  No encubras tu pecado, mortifícalo.   



Mortificar el pecado no es internalizarlo

Si reprimes tu lengua, tu cuerpo, tus manos, tus ojos o tus oídos para no pecar, no te equivoques pensando que lo has mortificado.  Evitar el acto es parte del proceso, pero contener el cuerpo no es lo mismo que guardar el corazón (Pro. 4.23).  Los actos pecaminosos son impulsados por actitudes pecaminosas (Sant. 4.1-2) y tienes que matar los dos. 



Algunos se imaginan que evitar la actividad pecaminosa es lo mismo que derrotar el pecado, aunque continúen contemplando y rumiando los placeres del pecado en su mente.   John MacArthur dice:



Talvez tú razones: “no me voy a entretener viendo cosas inmorales y provocativas” y dejas de hacerlo.  Pero si permites que las imágenes vividas y la experiencia de esas escenas se metan de nuevo en tu mente y revivan el placer del pecado una y otra vez, eso no es matar el pecado.    



Mortificar el pecado no es abandonar un pecado y tolerar otros

No te imagines que has vencido el pecado sólo porque abandonas un pecado notorio mientras toleras otros.  Recuerda que aun la más mínima trasgresión de la santa ley de Dios es suficiente culpa y ofensa para enviarte al infierno (Rom. 6.22).  ¿Qué bien puede venir de intercambiar la concupiscencia de los ojos por la concupiscencia de la carne o la vanagloria de la vida?   La concupiscencia no ha muerto, sólo ha cambiado forma.  Eso sería como dejar de beber agua envenenada por otra con menos veneno--el resultado es el mismo.  Igualmente, dejar la inmoralidad sexual mientras toleras la codicia y la avaricia es inútil y te pone en mayor riesgo de que tu corazón se endurezca con el engaño del pecado (Heb. 3.13). 



¿Recuerdas cómo Simón el mago parecía haber abandonado sus artes engañosas en Hechos 8?  El tiempo, sin embargo, reveló que su arrepentimiento era falso. Él parecía haber dejado atrás su brujería y adivinaciones, pero su ambición pecaminosa estaba bien viva.  Cuando ese pecado escondido se manifestó, Pedro le dijo:



No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás (Hechos 8:21-23).



No te pongas a seleccionar los pecados que quieres abandonar para luego imaginarte que has progresado espiritualmente.  Intercambiar pecados es simplemente preferir una cloaca por la otra.



Mortificar no es reprimir el pecado  
Hay gente mundana que reprime su pecado con alcohol o drogas buscando olvidar y escapar de la realidad.  Hay cristianos que buscan suprimir su culpa con películas, música o entretenimiento mundano esperando con ello eclipsar la miseria que el pecado les produce.  Si eso no les funciona buscan consejeros profesionales para que eleven su autoestima y les ayuden a manejar su culpa. 



La gente parece ser muy perezosa, casi indiferente cuando se trata de contender contra el pecado.  Aun el pensamiento de pelear contra la tentación les fatiga.  Por eso, en lugar de pelear la batalla contra el pecado procuran reprimirlo en el trabajo, en el gimnasio o en algunos casos, lamentablemente, en el ministerio--lo que sea con tal de no enfrentarse directamente al enemigo.  Pero eso no es mortificar el pecado.



Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano (Salmo 32:3-4).  



Esta confesión vino de David, un hombre que era conforme al corazón de Dios; pero aun él tuvo que reconocer el engaño y la miseria del pecado.   Por un tiempo pudo suprimir su culpa hasta que Dios vino y expuso su pecado con el fin de liberarlo (2 Sam. 12.13).  David mató a sus miles en la batalla, pero el pecado dentro de su corazón logró engañarlo y doblegarlo



Mortificar el pecado no es disfrutar victorias ocasionales 

Voy a dejar que John Owen nos hable sobre este punto:


Las conquistas ocasionales sobre el pecado no cuentan como mortificación.  Cuando una persona enfrenta una repentina consecuencia dolorosa a causa del pecado, ya sea por un escándalo o una tragedia, puede ser que conmocionado por ello sienta que el pecado ha muerto y reaccione contra él con tanto celo como lo hicieron los corintios (2 Cor. 7.11). Mientras la concupiscencia esté adormecida, quizás se olvide del pecado por un tiempo pero éste, como un ladrón se agazapa temporalmente listo para volver a atacar de nuevo.



Así, cuando un pecador enfrenta la aflicción de una calamidad o cuando su pecado es expuesto públicamente, él se propone no volver a hacerlo de nuevo y podría parecer que el pecado se ha ido, pero sólo está escondido esperado el momento propicio para regresar de nuevo.



Mortificar el pecado no es acallar tu conciencia

Parte del proceso de mortificar tu pecado es resolver el problema de la culpa.  Hasta que tu conciencia esté quieta y completamente apaciguada el pecado estará vivo y activo.  Si quieres realmente conocer las áreas de tu vida donde el pecado opera, escucha tu conciencia.  La conciencia, es como un radar en un navío de guerra que puede detectar la presencia del enemigo escondido bajo la superficie en lugares que no son visibles.  Ignorar la presencia del enemigo es precipitarse hacia la muerte.  Si quieres matar el pecado no ignores tu conciencia.  Infórmala con las verdades bíblicas para que funcione correctamente inundando tu alma con conocimiento como la luz del sol trae claridad a un cuarto oscuro cuando se abren las ventanas. 



Vivimos en una cultura que nos aconseja huir de la culpa y acallar nuestra conciencia.  Pero así como no es sabio para un soldado deshacerse de su escudo en la guerra, no es sabio ignorar tu conciencia.  El dolor físico te avisa cuando algo está mal con tu cuerpo; la culpa te dice algo está mal con tu alma.  Escucha tu conciencia cristiano.  Si acallas el aguijón de tu conciencia no estarás matando el pecado--te estarás acomodando a él. 



Así que la próxima vez que tu pecado caiga delante de ti cerrando sus ojos, sacando la lengua y aparentado estar muerto, no guardes la espada.  Revisa los puntos que hemos cubierto, examina tu corazón y asegúrate que con el poder del Espíritu Santo cumples con la importante tarea de mortificar por completo tu pecado.

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